Arte de pensar
9 de junio de 2024

Retrospección de su filosa mirada

Por Juan Pablo Donis Hung

Sucedió de nuevo. Apenas han pasado un par de semanas desde que ocurrió, pero sigo sin poder pasar la página. Esta vez me atrapó desprevenido; me estaba duchando y ahí recordé.


La lluvia caída desplomada mientras sus gotas acuchillaban mi deprimido rostro sin anestesia. La noche estaba siendo perturbada por las lágrimas incontrolables de la naturaleza: todo era turbulento, cruento, espantoso. Sin embargo, y de manera sorpresiva, un tenue resplandor iluminó la calle marchitada donde esperaba el autobús. Ahí estaba ella, acercándose lentamente mientras el sonido de sus tacones derrotaba la estática torrencial del alrededor.


Aunque el clima del momento fuese una completa tragedia, ella parecía disfrutarlo; sonreía y silbaba con placer en tanto que enaltecía sus brazos para recibir cada beso descendiente del cielo. Mas aún, su
impermeable chaqueta roja parecía aún seca, ensalzando así, la ironía mágica del momento.


Caminó con pausas y ligeros tropiezos hasta que cruzamos miradas momentáneamente. Me veía
completamente desliñado y apagado, mientras que, en contraste, ella emanaba emoción, pureza, misterio. Sus ojos avellana —tan llamativos como un ámbar virgen capaz de pulirse con miradas ajenas— penetraron en mi mente y licuaron mis sentimientos para crear una malteada de atracción visual difícilmente ocultable. Por tanto, traté de ocultar mi deleite con las solapas mojadas de mi gabardina, empero mis esfuerzos tan solo demostraron que moría de un interés ambicioso por susúrrale mi pasión.


No tardó más de un segundo en descifrarme sonrojado tras ella morderse suavemente sus labios carmesíes mientras sonreía; mi cara me delató. Inclusive detectó mis temblorosos nervios; tras acercarse al fogoso farol que me daba cobijo, sintió mi rápido palpitar pasional al caer sobre mis brazos abiertos después de fingir un ligero tropezón. Acurrucada sobre mi pecho, volteó sus ojos al sutil fuego domado que nos arropaba. Enseguida, la belleza del momento fulminó mi alma con el reflejo irreal al interior de su mirada. Nunca había visto nada igual; la suave contextura de sus mejillas, la esponjosa composición de sus labios, la seductora silueta delicada de su cuello, así como el complejo laberinto empapado en su pelo ondulado: hacían sentir ilusoria la casualidad del encuentro.


Lentamente, mas por sentir el tiempo lento, comenzó a plagarme una confusión nociva que llenó de lamento el profundo vacío de mi interior. La belleza perfecta se tornó repentinamente en una desolación maldita; la hermosura del momento viró en una daga corrosiva contra mi corazón: todo era una ilusión.


Mientras la contemplaba emotivamente, agarrando su rostro con una mano, y rodeando su cintura con la otra, acerqué mis labios aún secos contra los suyos hechos caudales y nos besamos. La escena de ficción, única en sí misma, comenzó a desvanecerse: mis manos, antes posadas sobre una obra de arte, yacían ahora acariciando la nada, confundiendo así gotas ruidosas del ambiente con lágrimas heladas de mi tempestad.